Ahora de cuarentón ya aprendí la lección, pero cuando era joven y guapo, tuve varias relaciones con compañeras de trabajo.
Rentabanos pues una casa como oficinas en X colonia tapatía pudiente, cuando al quedarnos solos una tarde comencé a acosarla con el ímpetu que sólo los 20 pueden dar. Me encantaba sentarla en esas sillas giratorias y más ese día que llovía ligeramente. En días lluviosos o te sientas con un chocolatito a mirar películas o das rienda suelta a la lujuria; y nosotros no teníamos chocolate...
En esas sillas pues ya habíamos tenido antes un par de encuentros, normal y sin mayores recuerdos, pero esa tarde yo tenía interés especial en comerme a esa flaquita, comérmela literalmente porque ya habíamos estado cerca y por X no habíamos llegado al punto tan deseado. Varios factores pueden llegar a influir, incluyendo que esta vez según ella no quería que porque podían vernos desde la calle, pero en parte eso era lo que a mí me prendía y al final logré contagiarle mi calentura. Decía con voz entrecortada de gemidos, no... no... nos van a ver... pero yo estaba de rodillas ante ella sentada en la silla, y aunque le había desabotonado la blusa y tenía una de sus piernas en el hombro, si acaso alguien pasaba y volteaba, en realidad sólo podían verla hasta el fondo detrás del escritorio. Ya vencida su leve resistencia, me volvían loco su piel, su perfume y sus grititos ahogados que cada vez eran más intensos. Y claro, ya me había dado vuelo besándola y mordiendo su boquita, y pasándole la lengua por su cuello como si fuera un helado, y torturando sus pezones con mi lengua, con los sopliditos de rigor entre chupetones humedos, pero lo que yo quería era igual pasarle la lengua entre los muslos pues si a mí me encantaba a ella la volvía loca, y más, esta vez sí tenía que comerme su cuevita como Dios manda y la Santa virgen recomienda. Con su voluntad a mi merced pues, encontré el ángulo justo de estímulo combinado de lengua y dedos, hasta que ella misma ya con voz cavernosa con su manito se jalaba los pliegues de piel hacía arriba y me decía me encontrastemeencontraste! Ahíahíahí! Ay, ay ay ay! Asíasí, ay, ay, ahhhhh, ahíahí! pero luego, me dice, no! no! no! Espérate, ya, ya! lo que en apariencia suena a "ya estuvo" pero no, ya yo bien sabía que esos gemidos no eran lo máximo que había escuchado antes, es decir, sí eran mini orgasmos los de ella, pero en este caso lo que tenía miedo ERA GRITAR, así que la ignoré y al contrario, más me acomodé su pierna y más seguí torturando su clítoris, y de nuevo, otra vez se me quiso zafar pero con más fuerza la apreté y continué con mi tratamiento de círculos, succión, círculos succión hasta que por fin se vino el bueno y fue ella misma quien con fuerza me hundió mi cara entre sus piernas mientras levantaba las caderas como poseída y gritaba... Zeus, que gritos más deliciosos... ¡E INSULTOS! Ya varias veces me decía "cabr*n" y eso durante nuestros encuentros, pero ahora con esos gritos ya no sabía si se iba a parar y madrearme o qué pex...
Pobrecita, ahí se quedó como muñeca rota un buen rato, yo me paré y me senté hacia atrás en el ventanal y jalé su silla y subí sus piernas a las mías y ella sólo me miraba y cerraba los ojos como si dormitara y me volvía a mirar mientras decía suavecito entre suspiros: me encontraste... Me encontraste...
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