Hace unos días, el presidente Barack Obama emitió una orden ejecutiva a las escuelas del país, so pena de perder fondos federales, para que permitieran a las personas transgénero utilizar el baño o vestidor que coincida con el género con el que se identifican, independientemente de su s*xo biológico.
La medida fue inmediatamente aplaudida por el mundo como una decisión histórica de igualdad y derechos para las personas transgénero. Con esta orden acatada cualquier persona, de cualquier s*xo, puede entrar a cualquier baño o vestidor. El único requerimiento es que esta persona se “identifique” o “se sienta” como parte del s*xo opuesto.
Por supuesto, los depredadores s*xual reciben esta noticia con más alegría que nadie. Ahora cualquier hombre o mujer puede entrar al baño que quiera, con excusa de ser transgénero.
Sólo en los Estados Unidos y Canadá ya se han registrado varios casos de hombres y mujeres que, arropados por esta nueva ley, acosan y abusan de menores de edad. La mayoría de estos casos son silenciados por la prensa. Otros tantos –hay que decirlo- son fabricados por quienes se oponen a la medida. Prácticamente cada una de estas noticias, cuando aparece en algún sitio, es desmentida inmediatamente en otro sitio. La guerra mediática se ha convertido en un permanente ¡mentís! que parece no tener fin.
Por eso vamos a ignorar los casos, ciertos o falsos, y centrémonos en el problema de fondo, que es este: una ley humana que ignora la realidad en favor de la percepción está condenada a ser injusta y, sobre todo, totalmente impráctica e inaplicable. Es una pesadilla legal.
La ley, para existir y funcionar, requiere y usa parámetros reales y objetivos, tanto en el sujeto como en el objeto. Si bien los sentimientos o identificaciones personales son útiles y respetables en algunos entornos, representan un verdadero imposible en la aplicación de las leyes generales.
Un ejemplo: la ley permite beber alcohol a los mayores de 18 años. La edad es un hecho biológico objetivo, que no decide la persona. Uno tiene la edad que tiene. Ahora: existen personas cuya edad intelectual es mayor que su edad biológica. Niños genios, que tienen la capacidad mental de un adulto, o aún más. Éstos niños van a universidades y escriben libros, pero no pueden, por ley, fumar o beber. La ley en este caso no hace excusas subjetivas.
Otro ejemplo: la ley requiere a los mexicanos obtener una visa para entrar a los Estados Unidos. Ser mexicano es un hecho objetivo. O eres mexicano o no lo eres. Pero, digamos, que yo me “siento” como Escocés. Yo me identifico como Escocés, uso falda de cuadros, toco la gaita y bailo de puntitas; me choca la película Braveheart. Me apellido McMurray. Y todo eso está muy bien. Pero ¡sorpresa! Igual tengo que sacar mi visa como mexicano porque la ley no funciona con imaginarios, ni con identificaciones subjetivas; sino con hechos.
Y si yo asesino a mi hermana, pero siento que sigue viva, ¿no soy asesino? Y si yo manejo a 200 kilómetros por hora, pero siento que iba a 100 ¿me perdonan la multa? Y si yo me hago popó en la vía pública, pero me identifico como un can ¿puedo seguir haciéndolo?
Si parece que trivializo, es porque la orden de Obama trivializa de plumazo un tema que, de fondo, es complejo. Por supuesto, todas las personas: s*xual, s*xual, transgénero y aquellas que se identifican como algún animal; TODAS las personas merecen respeto y protección. Y la protección está, precisamente, en poner parámetros objetivos universales que funcionen para todos. El construir leyes que no se basan en la realidad, lejos de proteger a las personas –aún a las minorías- hace más complicada e injusta la relación social. Y sí, abre la puerta para cualquier cantidad de disparates.
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