Hace algunos años, escuché por primera vez, La Teoría del Tren de la Vida. Esta teoría consiste en que nuestra existencia es igual o semejante a un tren, el cual tiene estaciones, tiempos, personas, vagones y un destino. Que nosotros eramos los responsables de este viaje, decidiendo constantemente quien bajaba, quien subía, donde permanecer poco tiempo o más. Todos, absolutamente todos, sin excepción alguna, llegamos tarde que temprano a la última estación. Es ahí donde nos damos cuenta que no hay más tiempo que perder... Nuestra piel ha cambiado, nuestros ojos ya no tienen ese brillo, esa candidez de nuestra lozana juventúd. Es el preciso instante en el que tenemos la certeza de que somos viejos para cambiar, que la gente es vieja para cambiar, así como somos viejos para no notarlo. Creó que este día he llegado a la última estación. Me doy cuenta que no tengo la capacidad de detener el tiempo o remediar las cosas. Fuí lo que fuí, he sido lo que he sido... Y no puedo cambiar nada. Esa es la razón por la cual, no abreviaré nada de lo que pueda sucederme, aprovecharé todos y cada uno de mis día, hasta que vuelva a la tierra de donde he sido tomada.
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