Hacia 1984, Carlos Monsiváis escribió "¿A quién convence el juego de las décadas?", y sin querer delinear una síntesis superficial de la década más década del siglo, la de 1910, por que sería "demasiado frívolo o cómodo usurpar su memoria totalizadora", sintetiza en breves frases lo que para él fueron sucesivamente las décadas del veinte y del treinta antes de pasar a analizar la que fue motivo del folleto que comento y se intitula De qué se ríe el licenciado( una crónica de los años 40):
.... pero ya los veintes son la década de la selección de tradiciones, de las combinaciones para hallar la representación adecuada del México mestizo, de la apoteosis del nacionalismo como idea sedimentadora de la experiencia nacional, del despliegue cultural y las luchas despiadadas para monopolizar la violencia legal. Si los veintes son la etapa del caudillismo victorioso y la ilusión y la realidad artísticas llamadas Renacimiento mexicano, los treintas son la radicalización, las masas en las calles, los maestros que adquieren conciencia proletaria, el pueblo que da lo que tienen para expropiar lo que no será muy claramente suyo, los sindicatos enardecidos, la revolución pregonada desde el gobierno...", (p. 3)
Y he invocado estas frases que podrían dar pábulo a interminables debates, y que son características de la obra de Monsiváis, denotan su habilidad para resumir en unos cuantos trazos lo que define a una época, y al leerlas es posible darse cuenta de inmediato de los vertiginosos y radicales cambios que ha sufrido el país, a partir de esa década, la de los cuarenta, cambios registrados con caricaturesca y a la vez aguda precisión, como si uno verificara que al repasar uno a uno y cronológicamente los libros de Monsiváis la historia del país se fuese haciendo visible e inteligible ante nuestros ojos, a manera de linterna mágica, caricatura, parábola bíblica, reportaje, novela río, crónica, catástrofe, parodia.
Sabemos ahora, gracias a la edición que en 1982 publicó Rolf Tiedemann de París, Capital del siglo XX que Walter Benjamin había coleccionado una cantidad prodigiosa de citas que debían jugar una función preponderante en su libro, hablar casi por sí solas, mientras la teoría y la interpretación propiamente benjaminianas "debían permanecer modestamente en la periferia". Siento que esta es la única opción que tengo -toute proportion gardée en relación a la obra del filósofo alemán muerto en 1940-, si pretendo decir algo coherente sobre Carlos Monsiváis, decirlo a él como él mismo se dice, para lo cual he escogido algunos fragmentos relacionados con un tema reiterativo en su obra, podría condensarse en una frase, la que da título a uno de sus últimos textos, Los rituales del caos, como si nuestro país pudiese entenderse y definirse como una versión nacional del Apocalipsis, versión enunciada a manera de parábola bíblica en su Catecismo para indios remisos, aunque siempre presente de manera indirecta en la obra de Monsiváis, por ejemplo en los titulares o comentarios que preceden o interrumpen las noticias de su ya legendaria columna "Por mi mama bohemios": "Alas, poor Yorick, dejad que los muertos desentierren a los muertos. Y no se los estorbéis porque de ellos es el reino del subsuelo".
En la versión que tengo de la Biblia leo un comentario piadoso, antecede el libro del Apocalipsis, protege a sus lectores:
...no parece incorrecto afirmar que casi siempre cuando se utiliza el género apocalíptico es porque ha nacido en momentos críticos para la fe de una comunidad. Ya en una primera y rápida lectura de esa obra se descubre a cada paso motivos de confianza y consuelo. Es cierto que una mirada superficial lleva a comprender la historia como negativa: las fuerzas del mal, injusticia, sufrimiento, violencia y muerte lo dominan todo y el hombre parece condenado a un fracaso total. El verdadero poder se encuentra en las manos de Dios. El dirige los hilos de la historia hacia la nueva creación. El final tiene que ser necesariamente positivo porque el hijo ofrecido en sacrificio, el cordero degollado ha devuelto la esperanza al género humano y de manera precisa a los cristianos que sufren hoy persecución. Y este comentario que transcribo concluye con una frase consolatoria: El Señor nunca falla.
El tono imprecatorio del texto de Juan cuando leído sin comentarios no ofrece redención alguna, anuncia un cataclismo, El Cataclismo, es decir, la Destrucción Total de los hombres concebidos como un todo, los hombre enfrentados como conjunto multitudinario a una maldición que los alcanzará sin excepción alguna, y el cataclismo impulsado por las fuerzas del Mal aniquila la noción de forma, o le da origen a otra, informe, el caos que preside tanto el Principio como el Fin de los Tiempos, un concepto en el cual parecerían anularse las nociones mismas de Tiempo y de Espacio. Sin embargo y jugando con la idea tradicional que pone en escena y en acción a grupos humanos numerosos, las muchedumbres, en reunión indiscriminada de multitudes, las crónicas de Monsiváis reactivan la intención apocalíptica, pero trastruecan su signo al convertir el caos en un acontecer gozoso, paródico, grotesco y en muchas ocasiones ero.tico: la gente que pone en escena Monsiváis se reúne para presenciar o participar en un espectáculo (un concierto, una procesión o una fiesta religiosa, nadar en un balneario popular repleto de gente, un concierto de música popular, una pelea de box, ) o para desplazarse en las calles o en el metro, constituirse como sociedad civil en un mitin, ejercer la función cívica y convertirse en "sociedad civil" o animar su conciencia política e impedir el fraude electoral, como por ejemplo durante el terremoto del 85 y más tarde en las luchas ciudadanas del dos de julio de este año que terminan con un homenaje a Monsiváis.
|