La fantasía es la cualidad de reproducir las cosas por medio de imágenes, idealizando la realidad o representando las ideas en forma sensible en la mente.
La fantasía per se, deja de serlo cuando la conviertes en algo tangible, se transforma en hecho, en experiencia, en pasado, y se vuelve recuerdo, memoria, vivencia, algo que queremos olvidar rápidamente o algo que deseamos no termine jamás.
No siempre se puede llevar a cabo tal como se idealizó, porque las condiciones no son las óptimas para ello, porque no hay un guión al cual seguir, ni se repiten las tomas para que la escena salga perfecta. No. Simplemente hay que vivirlo, sentirlo, dejarlo fluir y buscar gozarlo…
Ya no recuerdo exactamente como era mi fantasía primera contigo, pero casi puedo decir segundo a segundo como fue nuestra primera noche juntos y sentir de nuevo ese hormigueo en mi cuerpo que solo se siente cuando el recuerdo es tan vívido como el momento mismo en que sucedió.
Cuando salimos del café, ya íbamos tomados de la mano, algo que no se cómo se dio, pero no estaba dentro de mi ideal. Caminamos al estacionamiento y nos abordó una señora muy simpática, - ¿una flor para la dama? - me preguntó. Justo cuando iba a rechazar la oferta, me dijo con tono picaresco y con una sonrisa maliciosa, - ande joven, puede que le sea muy útil - y, entonces, de buena gana le compré la flor, una rosa roja casi en botón.
Antes de subir a la camioneta que traía, una pick-up 90 y tantos, estándar, te abrí la puerta para que te subieras, pero antes de hacerlo, sin soltarme la mano, me jalaste hacia ti y me invitaste de tus labios. Te besé muy tiernamente, poniendo ambas manos en tu rostro de manera suave, para que comenzaras a notar la delicadeza con la que podía tratarte. Tu enredaste los brazos a mi cuello y yo bajé mis manos, una en tu nuca y la otra a tu cintura para estrecharte a mi cuerpo y comenzaras a sentir también el vigor que me estabas despertando. Nos soltamos muy lentamente y quedamos mirándonos unos instantes. No hablamos nada, solo sonreímos y subiste a la camioneta.
Durante el trayecto, seguimos sin decir palabra alguna, lo único relevante fue que ya no estabas sentada pegada a la puerta de la camioneta, sino junto a mi, recargando tu cabeza en mi hombro. Hubiese deseado que la camioneta no fuera estándar, sino automática, pues me habría tenido que ahorrar el soltarte a cada momento que necesitaba hacer un cambio de velocidad.
Al llegar a mi casa, abrí la puerta, trataba de recordar si había hecho la limpieza, prendí las luces y te invité a pasar. Sí la había hecho. Te pedí te pusieras cómoda y te sentaste justo en el sofá, donde me agrada pasar las horas sentado o recostado escuchando música, leyendo o simplemente descansando. Te ofrecí una cerveza o tequila, mas dijiste que no tomas, así que mejor un refresco. Para no variar, tomé lo mismo, puse un poco de música tranquila y me senté junto contigo a platicar. O al menos, eso pretendía.
En realidad, ninguno de los dos queríamos conversar, hubo entre los dos un silencio expectante, ninguno quería, o podía, tomar la iniciativa. Era un estira y afloja sin decirlo, que solo lograba aumentar la excitación. Finalmente, alguno debía acercarse al otro, pero como sucede en estos casos, en que ninguno de los dos quiere ser el primero, terminamos por acercarnos al mismo tiempo. Estábamos sentados con los torsos un poco girado hacia al otro y la cara de frente. Nuevamente nos fundimos en un beso, pero no tan tierno, sino mas bien cálido, húmedo, pero muy romántico. Noté que si te hacía falta un poco de práctica, pero no le di importancia, yo también estaba tan nervioso o quizá mas que tu. Pasaste una de tus delicadas manos sobre mi rostro y me sentí estremecer. Te separaste de mi, sin dejar de acariciarme y me miraste de una forma que no puedo olvidar, con una dulzura en tus ojos que se podía ver a través de su brillo intenso. Te pedí que me dejaras apreciarte, pues la ropa que llevabas puesta era la misma que me había hecho voltearte a ver cuando todo cambió para mi. Aquella blusa negra del tipo ombliguera, con franjas horizontales pequeñas; con el pantalón blanco muy ajustado, tipo pesquero, sin bolsas traseras.
- Esa ropa me encanta.
- Lo sé, por eso me la puse.
- Es decir, ¿que te diste cuenta que te miraba? - Me sentí avergonzado de haber sido descubierto, al menos en la mirada.
- Claro que si. Desde el primer día lo noté, pero debo confesarte que en ese momento no me agradó tu forma de verme. Hoy es diferente. Hoy vine vestida así, exclusivamente para ti.
No cabía yo de la emoción, incluso mis ojos se arrasaron. Te tomé de la mano y te ayudé a levantarte para que quedaras de frente a mi, pero sin yo pararme. Con mis dos manos comencé a recorrerte desde tus hombros siguiendo el contorno de tus brazos hacia abajo, tus manos y llegando a tus muslos, sintiendo por vez primera lo que tanto me había imaginado y que era la tela de tu pantalón. Fue una sensación muy parecida a lo que tenía en mente, pero que en definitiva, vivirlo era mucho mejor. Luego te pedí te pusieras de lado para apreciar de mejor manera esa silueta que tanto había anhelado recorrer. Subí nuevamente mis manos para comenzar a bajarlas, ahora la derecha en tu nuca y la izquierda en tu cuello, deslizándolas al unísono de manera muy suave, permitiendo que cada una tuviera sensaciones diferenciadas: cuando la izquierda llegó a tus senos, la derecha se detuvo también en tu espalda. La izquierda se regodeó entre ellos, dándome el placer de sentir cuan firmes son y motivándome a buscar deleitarme con tus pechos con otro de mis sentidos. Emprendí otra vez el viaje hacia abajo, mi mano izquierda recorrió hasta tu vientre, deteniéndose en tu monte de Venus y la derecha pudo notar que tu espalda es bastante fuerte. Pero no se detuvo ahí, sino que no resistió la tentación de acariciar tus nalgas, una a una, de arriba abajo y de un lado al otro, en forma circular, siendo un verdadero deleite al tacto que solo pude soportar al cerrar mis ojos y con ello pude percibir el sonido tan peculiar que hacía mi mano al contacto con la tela de tu pantalón mientras te acariciaba. En ese momento, no vi mayor objeto en mantener mi mano izquierda sin tocar tu s*xo. Y fue ahí cuando cerraste tus ojos, hiciste tu cuerpo hacia atrás, lanzaste un suspiro o mas bien un jadeo, tomaste mis manos y dijiste:
- Llévame a tu recámara.
Lo único que hay ahí es una cómoda, sobre de la que está un estéreo para CD, el closet con mi ropa y una cama matrimonial. Me hubiera gustado que tuviera sábanas de seda, pero no tengo, solo de algodón que estaban recién lavadas y olían bastante agradable, según comentaste. Cerré la puerta y las cortinas, saqué un CD con música seleccionada por mi, que nunca había utilizado para algo así, pero que cada vez que lo escucho, me hace sentir ganas de hacer el amor. La primer melodía es “Forever in love” de Kenny G.
<object width="425" height="344"></object>
Comienza con un teclado cuyas notas relajan al oído, pero al momento en que suena el clarinete, el relajamiento se transforma en excitación, o por lo menos te invita a acercarte a la persona que tienes a un lado a besarla dulcemente, a prodigarle de caricias, decirle al oído cuanto la deseas y habías anhelado ese momento durante tanto tiempo. Eso fue exactamente lo que hice. Y mientras la melodía sonaba nos íbamos desnudando lentamente sin dejar de acariciarnos, de besarnos, de acercarnos el uno al otro para sentir el calor de nuestros cuerpos y la reacción que nos estábamos provocando.
Posteriormente te ayudé a acostarte, poniendo mi mano en tu nuca, mientras te besaba apasionadamente. El CD cambió a “Silhouette”, de él mismo.
<object width="425" height="344"></object>
Y fue en ese momento cuando agradecí la insistencia picaresca de la señora de las flores. Tomé la rosa con mi mano y comencé a deslizarla por tu rostro. Tu cerraste los ojos para sentir mas plenamente, solo sentir, no necesitabas ver. Los pétalos tocaban finamente tu piel al compás de la música, tus párpados, mejillas, cuello, pechos… y no me pude resistir a deleitarme utilizando el sentido del gusto, y tal como había imaginado, por lo que me acerqué lentamente a ellos, mientras me seguías con los ojos, lanzándome una mirada de aprobación y una sonrisa traviesa que me decía “sí, hazlo, quiero sentir tu boca”. Y lo hice… primero humedeciendo tu pezón con la punta de mi lengua, para luego soltar un leve soplido en ellos que hizo se pusiera duro y me dieran ganas de aprisionarlo con mis labios y luego darle un suave mordisco que te hizo lanzar un gemido delicioso que aumentó cuando, dentro de mi boca, comencé a saborearlo, junto con la aureola.
La música continuaba, comenzó a escucharse a Deodato con “El Hotel de Adán”,
<object width="425" height="344"></object>
y yo debía seguir con lo que empecé, así que tomé nuevamente la rosa y seguí mi camino rumbo al sur de tu cuerpo, tocando con ella cada centímetro de tu piel, explorando cada parte para identificar tus puntos mas sensibles y posteriormente explotarlos para transportarte al máximo placer. Me di cuenta que tus brazos, hombros, costados, el interior de tus muslos y detrás de tus rodillas, son las partes que mas te hacen sentir cuando son acariciadas, pero no podía dejar de notar que tu espalda, desde el nacimiento de tu espina, hasta donde termina, va aumentando tus sensaciones a medida que se recorre hacia abajo y que el punto de mayor excitación para ti son tus nalgas. La rosa las recorrió por completo, primero siguiendo su contorno, con una redondez casi perfecta, que solo era interrumpida cuando, por instinto, las cerrabas por el paso de la rosa entre ellas. Esa melodía me llevaba la mano en cada movimiento al recorrer tu anatomía y a cada tanto me animaba a verte a la cara, para poder apreciar tus expresiones. Casi siempre te encontré con los ojos cerrados, buscando solo dejarte llevar por las sensaciones, como si estuvieras elevada sobre ambos observando la escena desde otro punto de la habitación y sonriendo de tanto en tanto, temblando y moviendo tu cuerpo en un movimiento reflejo debido al tacto de los pétalos en el. Lo que sin embargo era el pináculo de toda el momento, era tu respiración, no porque fuera mas importante, sino porque era el complemento perfecto a todo lo demás. Al principio era normal, tranquila, pausada, pero se fue acelerando y haciendo mas intensa, ahora entrecortada y de repente mas profunda, como un suspiro, como si se estuviera cumpliendo lo que tu habías esperado que fuera esos instantes, mas luego se convertía en un jadeo, en un gemido, leve, pero perceptible, ya también con tu boca entreabierta y con mayor movimiento reflejo de tu cuerpo. Justo entonces, abriste los ojos, te incorporaste… tomaste mi cuello con una mano, mientras con la otra te detenías en la cama y me jalaste a ti con una fuerza intensa, tomándome por sorpresa para besarme con toda la pasión que había logrado despertar hasta entonces…
- Hazme tuya, por favor… hazme tuya…
Ante tal solicitud, no había mas que hacer…
Hasta ese momento, no había sido yo mas que un participante y observador de lo que estabas dejándote hacer. Prácticamente no habías tocado mi cuerpo, pero no era necesario. Estaba completamente listo. Y mas aún cuando en el preciso instante en que me disponía a finalmente poseerte, inició “Je T'aime...Moi non plus” de Paul Mauriat.
<object width="425" height="344"></object>
Que es la melodía erótica por antonomasia, con la que un hombre y una mujer se mueven al compás de la música mientras sus manos recorren sus cuerpos al unísono y se van diciendo cuanto se desean, cuanto habían anhelado ese preciso instante, cuanto habían fantaseado con sentirse uno dentro de la otra, sea de una forma, sea de diferente, pero siempre con una fuerza llena de pasión, de calidez, de ternura, pero a la vez, de lujuria, de deseo carnal, no de amor, pero sí de un cariño que había ido naciendo entre ambos por el trato cotidiano, gracias el rompimiento de la barrera impuesta por una, por la tozudez del otro, porque es de los que siempre lucha por obtener lo que quiere, pero nunca lo toma a la fuerza, siempre con el consentimiento de la otra persona, siempre buscando el placer de ambos, no el personal. Eso, eso es esta melodía…
Y las que le siguieron…
Todo lo que vivimos, todo lo que hicimos, se puede resumir en una melodía. “Anónimo Veneziano” de Stelvio Cipriani.
<object width="425" height="344"></object>
Una melodía que encierra los 4 grupos de instrumentos de una orquesta. Comienza con un solo de piano, al que posteriormente se le agregan las cuerdas que son los instrumentos que incitan al sentido del tacto, pues debe ser percibido así el paso del arco sobre ellas, tal como mis manos se posaron en tu piel y tu cuerpo. Enseguida entra un clarinete y después un fagot, ambos de viento, que necesitan de los labios del intéprete para poder deleitarnos con su bello sonido, tal como yo me deleité con tus labios y el calor de tu cuerpo. Cuando ingresan las percusiones es el momento de mayor climax en la melodía, pues todos los elementos están dados para ello, tal como cuando estuve dentro de ti, sintiendo la tibieza de tu vientre, la humedad de tu interior y la pasión de tu persona entera. Y no hay manera de que con todo esto, no se vaya uno al cielo, por mas que uno no sea creyente, por mas que uno reniegue de la existencia del Creador, no hay momento mas sublime, no hay forma de negar que el Paraíso existe, pues es el preciso instante en que uno lo ve, lo siente, lo vive y lo grita, de tal forma que algo en el interior pide a gritos salir, te recorre por dentro y se acumula en el medio, parece ser el alma que pretende escapar del cuerpo en forma líquida, por el único espacio que le es permitido salirse, como una ofrenda que se hace a lo que te ha llevado a tan intenso momento… Y como colofón… los violines comienzan a marcar el descenso vertiginoso de la melodía, tal como cuando te has desprendido de esa parte de vida que ha escapado de tu cuerpo…
Tus besos, tus caricias, tu mirada y tu sonrisa posterior…
Me lo han dicho todo…
Responder
|