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Desperté a las tres de la mañana, ese sueño otra vez. Una enorme casa llena de habitaciones en las que entraba y me conducían a otras, una puerta atrás de otra. Era angustiante.
Me levanté de la cama sudando frío, y fuí directo a la cocina donde tomé un poco de agua.
Pensé en el hospital, mientras salía al patio a tomar un poco de aire. Recordé a las muchachas, al personal del hospital, las actividades internas, etc. A veces encontramos tanta cordura en los lugares menos pensados. La cordura en la locura... Suena incoherente, lo sé. Pero así fue, jamás en la vida conocí a tantas personas consientes de su realidad. Como si se nos hubieran abierto los ojos. Los ojos del alma. El despertar de la consiencia, de nuestro espíritu.
María José, Maira, Lupita, Pati, Lolita, Celia, Dora, etc.
Alguna vez hablé de Dora. Compartíamos el dormitorio, recuerdo que en la mitad de la noche desperté y Dora estaba sentada en su cama, parecía confundida.
- Me llamo Dora Strauss, nací en Berlín, afuera llueve y son tiempos de guerra.
Yo sabía que Dora había vivido la ocupación Nazi y que su familia se había refugiado en México.
Me levanté de la cama y con mucho cuidado me acerque, con prudencia le tomé las manos. _La guerra terminó, Dora. Tranquila, estás a salvó. Todo estará bien.
Dora y yo nos hicimos amigas, cuántas cosas hemos platicado. Cuántas historias, parecía que navegaba entre libros y aún cuando era triste, le habían dado sentido a mí vida.
Quise morir para no morir de pena, perdí la fe en las personas, pero lo más triste de todo eso, es que había perdido la fé en mí. Perdí el sentido de mi vida, la brújula de mi propia existencia y eso, amigos, eso es devastador.
Ahora desde aquí, en un lugar casi en el fin del mundo, fuera de la civilización, poco a poco voy recuperando la fuerza que me falta, la pasión y el amor que necesito para vivir.
Como una loba, he entrado en una cueva a lamer mis heridas, y eso, eso amigo mío, es la mejor decisión que he tomado en mi vida hasta ahora.
Un whisky antes de cenar.
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