Martha:
Al parecer Cervantes era creyente a su manera.
Hay quienes dicen que en la obra cervantina se incluyen burlas a la religión. Recuerda el pasaje del Quijote en que cree que una estatuilla de la Virgen es una dama maltratada (capìtulo 7).
Don Quijote, que vio los estraños trajes de los diciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los habíaXVI de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura y que a él solo tocaba, como a caballero andante, el acometerla, y confirmóle más esta imaginación pensar que una imagen que traían cubierta de luto fuese alguna principal señora que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines; y como esto le cayó en las mientes, con gran ligereza arremetió a Rocinante, que paciendo andaba, quitándole del arzón el freno y el adarga, y en un punto le enfrenó, y, pidiendo a Sancho su espada, subió sobre Rocinante y embrazó su adarga y dijo en alta voz a todos los que presentes estaban:
—Agora, valerosa compañía, veredes17 cuánto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden de la andante caballería; agora digo que veredes, en la libertad de aquella buena señora que allí va cautiva, si se han de estimar los caballeros andantes.
Y en diciendo esto apretó los muslos a Rocinante, porque espuelas no las tenía, y a todo galope, porque carrera tirada no se lee en toda esta verdadera historia que jamás la diese Rocinante18, se fue a encontrar con los diciplinantes, bien que fueranXVII el cura y el canónigo y barbero a detenelleXVIII; mas no les fue posible, ni menos le detuvieron las voces que Sancho le daba, diciendo:
—¿Adónde va, señor don Quijote? ¿Qué demonios lleva en el pecho que le incitan a ir contra nuestra fe católica? Advierta, mal haya yo, que aquella es procesión de diciplinantes y que aquella señora que llevan sobre la peana es la imagen benditísima de la Virgen sin mancilla; mire, señor, lo que hace, que por esta vez se puede decir que no es lo que sabe19.
FatigóseXIX en vano Sancho, porque su amo iba tan puesto en llegar a los ensabanadosXX, 20 y en librar a la señora enlutada, que no oyó palabra, y aunque la oyera, no volviera, si el rey se lo mandara. Llegó, pues, a la procesión y paró a Rocinante, que ya llevaba deseo de quietarse un poco, y con turbada y ronca voz dijo:
—Vosotros, que quizá por no ser buenos os encubrís los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero.
Los primeros que se detuvieron fueron los que la imagen llevaban; y uno de los cuatro clérigos que cantaban las ledaníasXXI, 21, viendo la estraña catadura de don Quijote, la flaqueza de Rocinante y otras circunstanciasXXII de risa que notó y descubrió en don Quijote, le respondió, diciendo:
—Señor hermano, si nos quiere decir algo, dígalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las carnes22, y no podemos ni es razón que nos detengamos a oír cosa alguna, si ya no es tan breve que en dos palabras se diga.
—En una lo diré —replicó don Quijote—, y es esta: que luego al punto dejéis libre a esa hermosa señora, cuyas lágrimas y triste semblante dan claras muestras que la lleváis contra su voluntad y que algún notorio desaguisado le habedes fecho23; y yo, que nací en el mundo para desfacer semejantes agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece.
En estas razones cayeron todos los que las oyeron que don Quijote debía de ser algún hombre loco, y tomáronse a reír muy de gana24, cuya risa fue poner pólvora a la cólera de don Quijote, porque, sin decir más palabra, sacando la espada, arremetió a las andas. Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga a sus compañeros, salió al encuentro de don Quijote, enarbolando una horquilla o bastón con que sustentaba las andas en tanto que descansaba; y recibiendo en ella una gran cuchillada que le tiró don Quijote, con que se la hizo dos partes, con el último tercio que le quedó en la mano25 dio tal golpe a don Quijote encima de un hombro, por el mismo lado de la espada —que no pudo cubrir el adarga contra villanaXXIII fuerza—, que el pobre don Quijote vino al suelo muy malparado.
Sancho Panza, que jadeandoXXIV le iba a los alcances, viéndole caído, dio voces a su moledor que no le diese otro palo, porque era un pobre caballero encantado, que no había hecho mal a nadie en todos los días de su vida. Mas lo que detuvo al villano no fueron las voces de Sancho, sino el ver que don Quijote no bullía pie ni mano26, y, así, creyendo que le había muerto, con priesa se alzó la túnica a la cinta y dio a huir por la campaña como un gamo.
Ya en esto llegaron todos los de la compañía de don QuijoteXXV adonde él estaba; masXXVI los de la procesión, que los vieron venir corriendo, y con ellos los cuadrilleros con sus ballestas, temieron algún mal suceso y hiciéronseXXVII todos un remolino alrededor de la imagen, y alzados los capirotesXXVIII, 27, empuñando las diciplinas, y los clérigos los ciriales28, esperaban el asalto con determinación de defenderse, y aun ofender si pudiesen, a sus acometedores. Pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el más doloroso y risueño llanto del mundo29, creyendo que estaba muerto.
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