Me has contactado…
Realmente no me lo esperaba, mas lo ansiaba...
Fue como un shock en mi cuerpo, leer tu nombre en el mensaje, no podía creerlo, tanto que mis ojos se arrasaron por la emoción. Estuve a punto de marcarte, pero preferí no hacerlo, sino tomarme un respiro en mis emociones… se que no es agradable presionar, pero el ansia me comía, por lo que preferí contestar el mensaje.
Nos vimos donde acordamos, a la hora convenida. Parecíamos dos adolescentes, pues estábamos muy nerviosos. Para romper el hielo comenzamos a hablar de temas triviales, nada importante, todo muy ligero, pero siempre sucede entre nosotros, no podemos mantener ese nivel de conversación, somos mucho más que solo eso. Tomamos café, platicamos ya más en forma, de temas interesantes para ambos, o para cada uno, pero siempre atento el uno al otro… De pronto me vino al cuerpo una sensación, más bien una necesidad, algo irrefrenable que se reflejaba en mi templanza. Recordé lo que imaginé y vi tus labios tan hermosos, muy sensuales, moviéndose para hablar y me perdí en ellos… Ni siquiera recuerdo lo que decías, mi mente se llenó en un instante de deseo por besarlos, no podía pensar sino en eso y me acerqué a ti…
No se que fue, no se decirlo con exactitud, quizá el no saber si lo que veía en ti era más que un sueño mío o producto de mi imaginación, quizá mi propia inseguridad, pero no lo hice… no te besé…
Tu no te inmutaste, hiciste como que no hubiera pasado nada, pero se que he fallado, que no es lo que debí hacer, mas ya dejé de hacerlo. Aunque seguimos platicando, ahora estaba más concentrado en buscar la manera de que no se notara mi fastidio…
Me ayudaste mucho al cambiar de tema, que por cierto ni siquiera sabía cual era, yo solo veía mover tus labios y escuchaba tu melodiosa voz sin prestar atención a las palabras, pero a partir de ahí, me conecté de nuevo a la realidad.
Por unos momentos olvidé lo que había sucedido y me sentí a gusto. Gracias a ti, recobré de nuevo la confianza. Nos retiramos del lugar, como siempre lo hago con una dama, te abrí la puerta del coche para que entraras. Esa sonrisa de agradecimiento que me brindaste es lo que me encanta al hacerlo, sabes que te doy tu lugar y eso te agrada. Rumbo a tu casa, platicamos de una y mil cosas inconclusas, que siempre dejamos a medias por tener tantos temas de que hablar. Para entonces siento que lo que sucedió es parte del pasado.
No puedo evitar voltear a verte sentada a mi lado, estás a gusto, relajada, te acomodas a tu antojo en el asiento. Te recargas en la puerta y tu cuerpo voltea hacia mí, de esa manera puedo ver tus piernas apuntándome. Es imposible no notar el contorno de ellas a través de tu ropa entallada. Debí decirte que te ves muy bien o mejor dicho, lo hice, pero debí decirlo como lo estaba pensando en ese momento. Creo que no hacían falta las palabras para expresar lo que estaba pensando, mi mirada lo decía todo. Lo mejor de todo es que lo notaste, pues o soy muy obvio o sabes lo que me provocas, y digo que fue lo mejor porque tu mirada era encantadora, radiante, llena de ego, de saberte bella y sentirte deseada. Quería tocarte, deseaba hacerlo, sentir tu cuerpo por encima de tu ropa, pero podría perder el control nuevamente. Me di cuenta que sabías lo que estaba pensando, pues soltaste una risa muy peculiar, como de nervios, pero mas que eso, como de “te estoy leyendo el pensamiento”, o era tanto mi nerviosismo que así me pareció.
Al llegar, te pedí que no te bajaras, pues te abriría la puerta del coche y darte la mano para ayudarte a bajar. Creo que es lo menos que puedo hacer ante tanta belleza. Nos quedamos platicando otro rato, tú siempre con tu buen humor y desparpajo para decir las cosas, pero siempre con estilo. Nadie podría negar que eres toda una dama, pero mas que nada… eres toda una mujer.
Finalmente llegó la hora de despedirse…
No puedo negar que me puse nervioso nuevamente, pero ahora era todo o nada. Me acerqué para besarte, pude sentir tu respiración en mi rostro, tu aliento cerca del mío, pero… me detuviste.
Por un momento me sentí impávido, sin saber que hacer, pasaban mil y un cosas por mi cabeza, no podía dejar de culparme a mi mismo por lo que sucedió un rato antes, casi me disculpaba contigo por eso, pero en eso te escuché decir:
- ¿No quieres mejor que pasemos?
Mi cara debe haber sido de un total asombro, pues mas que esperar mi respuesta, me tomaste de la mano y me llevaste adentro. Prendiste algunas luces y me invitaste a sentar.
- Ponte cómodo.
Mi sonrisa me delató, pues inmediatamente dijiste:
- Mejor sólo siéntate donde gustes.
Y tu sonrisa denotó complicidad.
Fuiste a la cocina y trajiste dos vasos y una botella de whisky.
- Como lo tomas?
- En las rocas, por favor.
Serviste ambos vasos iguales y me diste a beber del tuyo, luego te di del mio. Al terminarlos, dejaste tu vaso en una mesita de centro que tienes y pediste que hiciera lo mismo. En cuanto lo dejé, ya estabas mas cerca de mí y me preguntaste?
- Te gusto?
-Por supuesto.
Y sin mas, me besaste. No tuve mas que dejarme llevar por lo que estabas haciendo y realmente lo haces muy bien. Tus labios son una delicia, carnosos, pero sin ser toscos; suaves, pero con gran determinación… y que decir de tu lengua… tocando la mía como buscando fundirse en una sola.
No sabes cuanto había anhelado este momento… ahora tu cuerpo estaba pegado por completo al mío y tus brazos me asían a tí con una fuerza que me expresaba tu deseo. Con mis manos comencé a acariciar tu espalda, que estaba descubierta por un escote hasta la mitad de ella, y con la yema de mis dedos la recorría de forma muy suave y lenta… de arriba hacia abajo y de regreso.
-Te había dicho alguna vez lo que me gustan tus hombros?
- No. – Contestaste.
- Pues así es.
Y me dediqué a besarlos por un largo rato, mientras mis manos tocaban tus brazos, con los dedos o con el torso, pues ambas sensaciones son diferentes. Solo podía observar que te gustaba, pues te dejaste ir con lo que sentías y te concentraste en ello. Yo me sentía en las nubes, creo que tú igual, pues cerraste tus ojos y esbozabas una sonrisa pícara, que sabes me encanta. Tienes una delicia de cuerpo, pero tu piel es indescriptible… suave, tersa, fresca… se puede recorrer fácilmente y nunca me cansaría de hacerlo. El color de tu piel me fascina y me incita a descubrir donde comienza a perderse esa tonalidad.
Ahora te recuestas y me invitas a seguir con todo lo que me falta conocer de tu cuerpo. Y mis manos te obedecen, comenzarán a tocar esas partes, antes prohibidas para mí, ahora inexploradas tan solo.
Y cuando estoy a punto de hacerlo…
Despierto…
Acabo de soñarte una vez mas…
Responder
|