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No sé que hora era exactamente. No tenía un reloj conmigo, nadie lo tenía. Era allí donde el tiempo no existía o al menos era lo que pretendía el itinerario. Era de noche, estaba relativamente dormida, mientras una tormeta abrazaba el lugar.
_ Me llamo Dora Straus, estamos en berlin, afuera llueve y son tiempos de guerra.
Desperté al escuchar la voz de Dora, estaba sentada en el filo de la cama y veía la lluvia. Sabía que la señora Straus había vivido en alemania durante la ocupación nazi. Huyo de la guerra hacía México, donde se casó y formó una familia. Desconocía su padecimiento, pero era desgarrador verla que se arrancaba la piel con las uñas.
Me levante de la cama y me acerqué con precaución, al mismo tiempo que me inspiraba ternura.
_ Dora, la guerra terminó.
Dora y yo éramos compañeras de habitación. La señora Straus hablaba poco y se rehusaba a comer, bañarse, participar en las actividades. Siempre estaba retraída.
Meses más tarde, tuve cita con el psiquiatra y al salir del consultorio, escuché decir mí nombre completo, era Dora.
Me acerque a la sala de espera con una sonrisa. Una joven que al parecer era su hija me dijo: _ Disculpé, no pretende molestarla. No se siente bien.
Muchos sentimientos me embargaron en ese momento, sentía alegría de volver a ver a Dora, y a la vez una profunda tristeza al darme cuenta que su hija dudaba de su capacidad.
_ Yo soy (Le di mí nombre completo, tal y como lo había citado Dora) al mismo tiempo le di mi identificación. Ella es Dora Straus, fuimos compañeras de habitación.
La *** Dora se quedó en shock.
_ Dora, me alegra mucho verte.
_ A mí también.
Nos abrazamos muy fuerte y sonreímos.
El médico la llamó y tuvimos que despedirnos enseguida.
A veces somos subestimados. Lo que puedo decir al respecto es que de alguna manera somos impresionantes. Hemos salido de las profundidades y nos hemos atrevido a vivir bajo cualquier estigma que la sociedad nos imponga. Hemos sido capaces de sostenernos.
Sé que muchos se han quedado en el camino y han muerto en el intento, eso no los hace inferiores.
Es difícil sobrevivir cuando todo lo que quieres es morir.
El diablo suele susurrarnos al oído que no resistiremos la tormenta. Es grata esa conversación cuando tienes que decirle: nosotros somos la tormenta.
Yo soy la tormenta.
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