La vida en el rancho era distinta, todo me sabía diferente. El amanecer era fresco y siempre traía consigo la esperanza.
En las noches me sentaba alrededor del pozo, donde podía contemplar las estrellas. Se veían cercanas, mucho más grandes que en la ciudad. A veces soñaba que podía alcanzarlas.
Dormía profundamente, como hace mucho no lo hacía y los gallos me despertaban por la mañana. Su canto era fuerte y muy puntual, bastante puntual.
Me sentía maravillosa...
Lo más importante de todo es que me había perdonado. Es difícil perdonarse. Es duro cuando te has destruido tantas veces y un día decides perdonar a tu mayor depredador. Había sido muy cruel conmigo misma. Ahora sólo quería reinventarme.
La vida puede ser distinta, si nosotros queremos que sea así.
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