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Vivir a través del trastorno límite es complicado. Tanto para quién lo padece, como para quienes conviven con nosotros.
El trastorno límite, tarda alrededor de diez años en ser diagnosticado, mientras tanto se confunde con un sin fin de trastornos que poseen las mismas características.
Mi caso, fue uno de esos tantos, en los que te dicen padecer un determinado trastorno pero no encajas con todo el perfil, así que vas de medicamentos en medicamentos, hasta que un buen día te informan que eres boderline.
Recuerdo esa mañana en la que entré al consultorio y estaban varios médicos. Mí pisiquiatra me estaba esperando junto con otros que alguna vez me atendieron. Fué entonces cuando se abrió esa caja de Pandora y todo pareció tener sentido. Lo sé, suena sin sentido pero es lo más congruente que me ha pasado. Por fin encajaba en el perfil, me describían exactamente y podía sentir que después de tantos años, hablábamos el mismo idioma.
Mi psiquiatra lamento que hubieran pasado tantos años para ésto, consideraba que mi vida hubiera sido más fácil y que para mí familia sería más comprensibles todas mis locuras.
Mi familia no lo hubiera entendido ni antes, ni ahora, ni nunca, porque simplemente no les importaba, vamos ni se tomarían siquiera la molestia de leer un tríptico al respecto. Pero para mí esa información era valiosa, porque ahora conocía a mi enemigo, frente a frente.
Sé que soy un tanto caótica, pero dentro de ese caos, amaba la vida, amaba mi existencia y seguiría viviendo de la mejor manera que pudiera.
Estaba contenta con los resultados, antes me culpaba mucho, ahora lo veo todo más claro, y las relaciones interpersonales eran más llevadera.
Que puedo decir, amé mucho a Efraím. Lo que no toleraba de él era su constante infidelidad, y sí no estás feliz, de acuerdo con esa situación, a otra cosa mariposa.
Después de todo, la vida está justo frente a nuestros ojos, para sorprendernos.
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