¿Por qué las Mujeres no pueden ser Sacerdotes?
Para empezar todos los bautizados en la Fe Católica somos sacerdotes, profetas y reyes, aunque nuestro sacerdocio es común, no ministerial, como el de los Sacerdotes que reciben ese Sacramento – los que se ordenan en los seminarios –.
Incluso las Mujeres que se bautizan en la Fe Católica son sacerdotes comunes; un sacerdote es una persona que ofrece sacrificios a Dios, y en ese sentido todos podemos –y debemos– ofrecer sacrificios a Dos, de hecho podemos –y debemos– hacer de nuestra vida una oblación a Él: podemos –y debemos– (perdón por la insistencia) ofrecer nuestro trabajo, nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestros sufrimientos, cansancios, contrariedades, penas y dolores, nuestras palabras y afectos, nuestras enfermedades, miserias, defectos, limitaciones, etc., etc..
Y como Profetas tenemos el deber de anunciar el Evangelio de Jesucristo y de Denunciar lo que está mal en el Mundo; así mismo como Reyes debemos servir a Dios, a su Iglesia, a nuestra familia, a nuestra Sociedad y a la Humanidad entera.
Cuando un Sacerdote MINISTERIAL pronuncia las Palabras de la Consagración en La Misa: "Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman; Ésto es mi Cuerpo.»
Después tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: «Beban todos de ella:
Ésto es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que es derramada por muchos, para el perdón de sus pecados."
En ese Momento de la Misa el pan se convierte en el Cuerpo de Jesucristo y el vino en su Sangre. Pero es importante saber también que en ese momento el Sacerdote le presta su CUERPO a Jesucristo para que sea JESUCRISTO Quien celebre esa Consagración: el Sacerdote pronuncia las Palabras pero es Jesucristo Quien convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. En ese Momento Jesucristo se hace Presente en su máxima expresión (Sacramentalmente) en la Misa, y no creo que le gustaría hacerse presente en el cuerpo de una Mujer, a ningún hombre le gustaría “utilizar” el cuerpo de una Mujer, aunque fuera por unos instantes, para realizar por medio de ese cuerpo alguna actividad o acción; de la misma forma en que ocurre lo inverso (a ninguna Mujer le gustaría “usar” el cuerpo de un hombre, aunque fuera por unos instantes, para realizar por medio de ese cuerpo alguna actividad o acción); por más santa o santo y digno o digna que sea la persona que le prestara su cuerpo a la otra.
Lo mismo ocurre cuando el Sacerdote Ministerial perdona los pecados en el Sacramento de la Confesión: le presta su CUERPO a Jesucristo para que sea JESUCRISTO Quien perdone los pecados. Y por la misma razón a Cristo no le gustaría hacerse presente en este Sacramento con el cuerpo de una Mujer por la razón lógica de que Él es hombre.
Además hay que señalar que hay muchas Mujeres más santas que muchos Sacerdotes, el Sacerdocio por sí mismo no proporciona santidad, la santidad depende de nuestros méritos.
Los Hombres y las Mujeres tenemos la misma Dignidad, es solo cuestión de género y el género es una de las limitaciones que tenemos los humanos. Debemos señalar que Hombres y Mujeres somos iguales en cuanto a dignidad y en cuanto a derechos; diferentes en cuanto a nuestro cuerpo y en cuanto a nuestras obligaciones y nuestras funciones sociales; y complementarios en cuanto a que debemos servirnos mutuamente mediante nuestras diferencias genéricas.
Es importante añadir que la Mujer (las Mujeres en general) también ha sido objeto de predilección por parte del Mismo Jesucristo y de La Misma Iglesia, principalmente en María, al ser elegida para ser su mama (y mama de toda la Humanidad); así como hay otros pasajes de los Evangelios en los que Jesús le da preferencia al género femenino (al pie de la Cruz y en la Resurrección, por mencionar algunos ejemplos). Otro ejemplo contemporáneo clarísimo es la Carta que Juan Pablo segundo escribió a Ellas en 1995, la cual es muy recomendable leer para darse una idea de los que piensa La Iglesia de Ellas.
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