Desperté al escuchar la voz de Dora, estaba sentada en su cama viéndo a través de la ventana, afuera llovia. No sé que hora era exactamente, no se me permitía tener un reloj conmigo, allí no existía el tiempo. El tiempo solo estaba en nuestra mente, en nuestros recuerdos, en nuestro pasado. Me levanté de mi cama y contemplé a Dora, era una anciana rubia, de inmensos ojos azules, debió ser muy bonita a los veinte. Dora y yo compartiamos la habitación, ella padeciá demencial senil y yo bonderline. Una afección diferente, pero igual al límite. Por lo que sabía, Dora había vivido en Berlín durante la segunda guerra mundial, vino a México, escapando de los campos de concentración de Hitler. Guadalajara, la recibió con los brazos abiertos, la ciudad de las rosas le dió un hogar, un esposo e hijos, pero igual jámas superó la guerra. Tenía muchas lesiones en la piel, se la arrancaba con las uñas de sus propias manos, sin inmutar dolor alguno. A ella no le dolía el cuerpo, a ella le doliá el alma, le doliá la vida, como a mí...
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