A la búsqueda angustiosa e incierta ha sucedido el encuentro placentero. Ambos esposos se declaran mutuamente su admiración en metáforas llenas de lirismo oriental. El esposo, que antes era presentado como pastor, ahora es llamado enfáticamente rey por su amada, exactamente como ésta, antes pastora, era presentada como reina o princesa ataviada con los más ostentosos adornos. La imaginación del poeta juega con todos los símiles y situaciones según convenga a sus efusiones líricas. Ahora el esposo-rey está sentado en su diván de palacio, como antes aparecía en las majadas de los pastores, y la esposa se acerca trémula rezumando perfumes exquisitos 16. Cuando ya lo tiene en sus brazos, le parece sentir el aroma balsámico de la mirra, goma resinosa que exhala un perfume fuerte. En la antigüedad, las doncellas de alcurnia llevaban colgando del cuello, entre sus pechos, una bolsita de plantas aromáticas, que exhalaban su fragancia constantemente. Para la esposa, su amado es esta bolsita de mirra que perfuma su cuerpo de un modo permanente. Es también un racimito de alheña de las viñas de Engadí, localidad famosa en la orilla occidental del mar Muerto; famoso oasis, donde habían de establecerse los esenios en el primer siglo del cristianismo 15. El poeta nombra esta localidad haciéndose eco de la feracidad legendaria de esta región, como antes había mencionado el cortejo del faraón, sin que hayamos de encontrar alusiones especiales históricas. La alheña en forma de racimos olorosos debía de ser famosa en aquella región.
A las metáforas exóticas e insinuantes de la esposa contesta el esposo declarando ingenuamente la belleza de su amada: sus ojos son palomas. La mirada dulce y encantadora de la paloma es el mejor reflejo de la candida y extasiada mirada de la esposa. Esta responde proclamando la desbordante hermosura de su amado y aludiendo a la cámara nupcial, donde se había de consumar el amor marital: nuestro pabellón verdeguea ya. El poeta juega aquí con dos símiles, conforme a las dos situaciones ya descritas. Los esposos habían sido presentados primero como pastores vagando con sus rebaños por la salvaje campiña, y después como personajes regios. Siguiendo el primer símil, la esposa, contentándose con lo más humilde, habla de un pabellón silvestre, hecho de ramas verdes, en el que se disponen a pasar la noche: nuestro pabellón verdeguea ya. Pero el esposo, insensiblemente, jugando con el supuesto de su calidad de personaje de estirpe regia, habla de su palacio, cuyas vigas son de cedro, y los artesonados de ciprés, justamente como era el famoso palacio de Salomón 16.
De nuevo se suceden los requiebros amorosos con metáforas campestres. La esposa se presenta modestamente como un narciso de la llanura de Sarón, en la costa palestina al norte de Jafa, y como un simple lirio de los valles. Pero el esposo, recogiendo esta modesta metáfora, hace resaltar que el lirio es algo grande en medio de los cardos. Es el caso de su amada en comparación con las doncellas que forman su cortejo de honor.
La delicada insinuación del esposo encuentra réplica inmediata en los labios de la esposa: su amado se destaca como un manzano entre los árboles silvestres. La mención del manzano ha de entenderse simplemente como símbolo de los árboles frutales, de un valor incomparablemente superior al de los arbustos silvestres que brotan espontáneamente por doquier. Frente a la esterilidad de éstos está la utilidad del manzano, cuyo valor queda así realzado en medio de aquéllos. El esposo sobresale en valor entre los mancebos que le rodean como el manzano entre los arbustos silvestres. El árbol ofrece rico fruto y generosa sombra al viandante. La esposa, jugando con el mismo símil, declara su felicidad al poder descansar a la sombra de su amado y gustar de su exquisito fruto 17.
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