Los enemigos de Dios y del Alma son seis:
1) El mundo: cualquier cosa que amemos o le demos más importancia que a Dios
2) El demonio, por obvias razones.
3) La Carne (Nuestro Cuerpo, el cual, siendo sagrado se convierte en ocasión de pecado cuando no dominamos nuestras pasiones)
4) La ignorancia y/o la confusión religiosa. Nada le conviene más al diablo que no sepamos cómo conducirnos, que no sepamos qué actos o acciones nuestras son malos, que no sepamos cómo ganarnos el Cielo, que no sepamos cuáles son nuestras obligaciones morales y nuestro potencial de fecundidad espiritual, que ignoremos todas las maravillas que podemos lograr si nos preparamos muy bien en los terrenos religioso, ascético y doctrinal; y en fin que seamos unos ignorantes de las cosas más importantes de nuestra existencia. Esta ignorancia genera y/o provoca prejuicios que impiden ver a la Religión Católica como fuente de vida, de amor , de sabiduría, de fortaleza y de alegría, entre otras muchas virtudes o carismas muy útiles y necesarios en el mundo; prejuicios que la hacen percibir como una “materia” triste, sombría, anticuada y desagradable .
5) La Imaginación. Mediante la imaginación cometemos muchos errores, sobre todo en el terreno espiritual y/o en el terreno ascético, aunque también de manera significativa en otros terrenos tales como el social, el familiar, el político, el laboral, el escolar, etc.. La imaginación nos hace creer que sufrimos mucho o demasiado (que llevamos una vida desdichada), o por el contrario nos hace creer que somos demasiado buenas personas –casi unos angelitos- cuando somos unos desgraciados; mediante la imaginación causamos malos entendidos y juzgamos de forma sumaria y temeraria a muchas personas, actitudes, procesos y/o trabajos; y en general la imaginación nos lleva a cometer muchos errores de juicio…, y nos creemos superiores a los Sacerdotes, Obispos, y demás Autoridades Morales y/o Espirituales..
Si la imaginación bulle alrededor de ti mismo, crea situaciones ilusorias, composiciones de lugar que, de ordinario, no encajan con tu camino, te distraen tontamente, te enfrían, y te apartan de la presencia de Dios. —Vanidad.Si la imaginación revuelve sobre los demás, fácilmente caes en el defecto de juzgar —cuando no tienes esa misión—, e interpretas de modo rastrero y poco objetivo su comportamiento. —Juicios temerarios—.Si la imaginación revolotea sobre tus propios talentos y modos de decir, o sobre el clima de admiración que despiertas en los demás, te expones a perder la rectitud de intención, y a dar pábulo a la soberbia.Generalmente, soltar la imaginación supone una pérdida de tiempo, pero, además, cuando no se la domina, abre paso a un filón de tentaciones voluntarias.— ¡No abandones ningún día la mortificación interior! (San Josemaría Escrivá).
Y la imaginación inventa obstáculos que no son reales, que desaparecerían si mirásemos sólo con un poquito de humildad. Con la soberbia y la imaginación, el alma se mete a veces en tortuosos calvarios; pero en esos calvarios no está Cristo, porque donde está el Señor se goza de paz y de alegría, aunque el alma esté en carne viva y rodeada de tinieblas.Otro enemigo hipócrita de nuestra santificación: el pensar que esta batalla interior ha de dirigirse contra obstáculos extraordinarios, contra dragones que respiran fuego. Es otra manifestación del orgullo. Queremos luchar, pero estruendosamente, con clamores de trompetas y tremolar de estandartes.Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que sea: es esa agua menuda, que se mete, gota a gota, entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es despreciar la pelea en esas escaramuzas, que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de Dios. (San Josemaría Escrivá).
6) “La Sociedad”. ¡Cuántos pecados se cometen por “quedar bien” con “la sociedad”; con los “amigos” y con la gente en general!…, olvidándonos de que somos Hijos de Dios, y de que cómo tales debemos defenderlo como Padre nuestro que Él es.
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