En muchas ocasiones le echamos la culpa a Dios por muchas cosas malas que pasan en el mundo, cosas que Él permite, aunque no le agraden y aunque vayan en contra de su infinita bondad, de su infinita justicia y de su infinita misericordia; por ejemplo: el hambre mundial, las pestes o pandemias, los genocidios, las guerras, etcétera.
Sin embargo hay que tener en cuenta que en el plan original de Dios no íbamos a morir (teníamos el don de Inmortalidad), no íbamos a enfermarnos ni a cansarnos ni a sentir dolor físico ni moral (teníamos el don de Impasibilidad o Inmunidad), íbamos a tener dominio competo sobre nuestras pasiones (teníamos el don de Integridad), e íbamos a aprender las cosas con la primera experiencia que tuviéramos con ellas (teníamos el don de Ciencia). Estos dones se conocen como preternaturales y los perdimos, junto con la amistad completa que teníamos con Dios debido al primer pecado que cometieron Adán y Eva, y cuyas consecuencias nos heredaron por naturaleza –no nos heredaron el pecado en sí, nos heredaron las consecuencias de ese pecado por la lógica transmisión de su naturaleza a nosotros que somos sus hijos –, por eso el pecado de desobediencia de nuestros primeros padres, o Pecado Original es la causa primera y esencial de todos los males en el Mundo. Sin los dones de la Integridad y de la ciencia nos convertimos en unos egoístas, perezosos, recelosos, convenencieros y maliciosos, entre muchos otros defectos, y sin los dones de la inmortalidad y de la inmunidad las consecuencias son obvias y saltan a la vista: nos enfermamos, somos frágiles y sufrimos bastante, física y moralmente. Sin embargo, a pesar del deterioro de nuestra naturaleza, no perdimos la Libertad, que es con lo que podemos y debemos ganarnos el Cielo, que es el Fin Último de nuestra existencia, lo único que debemos hacer como consecuencia de ese pecado es trabajar más arduamente para lograrlo; por otro lado con la Redención que llevó a cabo Jesucristo recuperamos la amistad con Dios y adquirimos gracias y dones mejores que los que hubiéramos tenido si no hubiéramos cometido el pecado original, tales como la Filiación Divina y la permanencia de Dios en la Eucaristía.
Por otro lado podemos preguntarnos: ¿Sabe Dios lo que voy a hacer mañana o la próxima semana? Y sí lo sabe, entonces, ¿no es igual que tener que hacerlo irremediablemente? Si Dios sabe que el Domingoiré a ver una película, ¿cómo puedo elegir no hacerlo? Esa duda nace de confundir a Dios conocedor con Dios causante. Que Dios sepa que iré a ver una película NO es la causa que me hace ir, o al revés, es mi decisión de ir al cine lo que produce la ocasión de que Dios lo sepa. El hecho de que el meteorólogo sepa que lloverá mañana, no causa la lluvia, es al revés: la condición indispensable de que mañana va a llover proporciona al meteorólogo la ocasión de saberlo. Por otro lado, por la misma libertad que Él me dio, Dios no puede saber con certeza que voy a lograr una cosa que yo me he propuesto hacer (aunque Él conozca mis pensamientos e intenciones), por dos razones: primero porque esa misma libertad me permite cambiar de opinión antes de llevar a cabo la tarea que originalmente me propuse hacer, y segundo porque esa misma libertad que me dio también se la dio a mis semejantes y cualquiera de ellos podría (intencionalmente o de forma involuntaria) desviarme del camino para lograr el cumplimiento de dicha tarea. Maravillosamente, pero también impresionante y terriblemente, debido a la misma Libertad que Dios nos ha dado, los Seres Humanos somos las únicas creaturas que podemos ponerle “zancadilla” a los planes de Él, pero por ventura de su misma gracia también podemos aceptar y colaborar con esos planes. Por poner un ejemplo digamos que María tiene 3 años de edad y que Dios ha pensado en ella para que sea una doctora pero a un individuo se le ocurre matarla antes de que termine su licenciatura, entonces ese individuo ha impedido ese plan que Dios tenía con respecto de esa niña, ya que nunca llegará a ser doctora; a pesar de todo su Poder en ese caso Dios no puede hacer nada debido a que Él no se contradice dándonos la libertad y luego quitándonosla.
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