|
Entre veras y bromas
Por Jaime García Elías opinion(0)informador.com.mx
– Andanada verbal
El último presidente de los Estados Unidos cuya elección fue bien recibida en México, fue John F. Kennedy. En parte –en opinión de las damas—, “por guapo”; en parte –en opinión de los varones—, por el encanto que proyectaba su esposa; pero, principalmente –y esa era la impresión generalizada—, “por ser católico”.
Que lo fuera, de manera abierta y declarada, en un país cuya población tiende hacia la religiosidad (“In God we trust”, es uno de sus lemas nacionales, y “God bless America”, una muletilla común de los discursos políticos) pero donde la católica es una religión minoritaria, lo convertía, a priori, en un hombre bueno, recto, decente, virtuoso, y en modelo de congruencia…, especialmente para los políticos mexicanos, especialistas en tener siempre una vela encendida para Dios… y otra para el diablo.
-II-
Donald Trump, en materia de simpatía, para los mexicanos que lo encuentran arrogante, altanero, soberbio y prepotente, está en las antípodas de Kennedy…
Lo estuvo como candidato. Reafirmó esa condición cuando ganó –merced a las peculiares leyes electorales de su país— no sólo a la que hubiera sido la primera mujer presidente de los Estados Unidos, sino a la esposa del presidente norteamericano (Bill Clinton) que durante la crisis inicial del sexenio de Ernesto Zedillo envió personalmente un importante “salvavidas” a la economía mexicana.
Si alguna esperanza había de que el monstruoso Doctor Jekyll de las campañas y particularmente de los debates con Hillary Clinton, se transformara en el afable Mr. Hyde ipso facto de su investidura para el cargo que ganó en las urnas, esas esperanzas se disiparon en cuanto, ya como presidente, abrió la boca… Tras el guiño inicial, de aparente gentileza hacia el ya ex presidente Barack Obama y su esposa, por la civilidad con que facilitaron la transición, se desató, incontenible, la primera andanada de golpes verbales hacia cuantas atrocidades el “establishment” –es decir el gobierno de Obama y prácticamente todos sus predecesores— representa, y que él promete cambiar diametralmente.
-III-
Fue una pieza oratoria deplorable; pletórica de amenazas; desprovista de los gestos conciliadores usuales en estos casos; omisa de las acostumbradas citas a filósofos o literatos que han trazado nobles, generosas líneas de conducta, y aun a políticos que han enaltecido el oficio de gobernar.
Algo encomiable hubo en ella, pese a todo: que no fue una máscara; que no dejó ninguna duda acerca de la catadura moral de ese patético personaje…
Enero 23 2017 Por: Jaime García Elías
...por la señal...
Responder
|
