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Cuando conocía poco o nada del mundo, nunca me detenía a observar a los indígentes, a las prosti*, a los adictos, a los indígenas o a los niños de la calle. Cuando me enferme en el otoño del año 2008, me sentía perdida, desesperada, impaciente. En verdad quería descansar pero no podía. En cuanto ponía la cabeza en la almohada, el ataque de pánico comenzaba a trabajar. Recuerdo que una tarde caminé sin rumbo, no sabía lo que me pasaba, no tenía la menor idea de a donde ir. Divise una iglesia y entre, todo estava silencio, fresco y en paz. Caminé hasta el frente y me dierón unas ganas locas de acostarme en la banca y dormir. Lo hice, dormí un buen rato, no sabía precisamente cuanto tiempo, pero dormí. Al despertar me di cuenta de lo que había hecho y lloré amargamente "Es así como se comienza a ser un indígente" pensé. Salí del templo y tomé una decisión. Una de las decisiones más fuertes e importantes de mi vida "Internarme en un Hospital Psiquiatrico" había tocado fondo, y de seguir así, no faltaría mucho para suicidarme. Jámas olvidaré el dolor tan profundo que le cause a mi mama. Al firmar la responsiva del ingreso, la ví irse llorando, tratando como siempre de ser fuerte, de mantenerse entera. Mi mama es una gran mujer, que dentro de sus posibilidades económicas, fisícas, emocionales, y aún desde sus miserias humanas, me dio lo mejor de la vida. Es el ser que más me ha amado en toda mi vida, y el que me lo ha soportado todo, me lo ha perdonado todo. En un Hospital Psiquiatrico, como pudierón leer en las páginas anteriores, hay muchas vidas, muchos casos, demasiadas historias. Saben que tenemos en común todas las pacientes de un manicomio? ¡Somos brillantes¡ ¡Inteligentes¡ Y en su mayoría bonitas. En mis múltiples internamientos me he encontrado con Gimnastas, Pintoras, Médicos, Maestras, Fisico Matemáticas, Farmacobiólogas, Políglotas, Economistas, Empresarias, etc. etc. Todas con un trastorno en común, todas y cada una de nosotras conscientes de una realidad en la que vivimos y no nos gusta. En nuestra historia siempre hay un hombre que marcó nuestras vidas casi para siempre. Un padre, un tío, un primo, un familiar que abuso s*xual de ellas, un esposo infiel, golpeador, zoof....íco, perverso, etc. etc. Compartimos nuestros testimonios, nuestras experiencias, y llegamos a ser grandes amigas. Como en todo lugar habrá una u otra con la que no te la lleves bien, pero eso ocurre en todos los grupos sociales. Terminamos riéndonos de nuestras desgracias, de lo estúpidas, ingenuas, idiotas que fuimos. Jugamos en el pasto, hacemos ejercisio juntas, jugamos cartas o volei boll o como se escriba. Desarrollamos la unidad, la solidaridad. Nos regalamos shampoo, loción para el cuerpo, jabón, dulces, cigarros. Estamos pendientes una de la otra, aunque a veces peleamos. He tenido la fortuna de ser de las pacientes más queridas del hospital, tanto por mis compañeras como por el personal de salúd. Mi Psiquiatra suele decir "Eres mounstruosamente inteligente. Dime qué haces aquí" Él tiene una sonrísa humana, bondadosa y le da una gran alegría verme bien. "Este no es tu lugar Martha, tu lugar es allá afuera, en el mundo" Me dice siempre que me ve. Yo sé que un manicomio no es el mejor lugar del mundo, pero allí he encontrado en muchas ocasiones mi tranquilidad, mi alivio, descanso, sanidad. Y he encontrado a una infinidad de amigas con las que me llamo, visito, o me whatsapeo. Es diferente vernos afuera, vernos desnudas en nuestras vidas, darnos el ánimo, el apoyo y la garantía de que siempre estaremos allí...
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