La Obra tiene unas Constituciones, sí. Las Constituciones escritas que la Santa Sede exige a toda asociación religiosa que se someta a su aprobación, y en las que basa precisamente su reconocimiento que, al parecer, los socios de la Obra no tienen por qué conocerlas demasiado.
Están escritas en latín, y no se traducen; los socios no las han leído "nunca". Sólo un extracto, un resumen de ellas, realizado no sé con qué criterio, está al alcance de los socios en épocas y condiciones muy limitadas y determinadas: es el Catecismo de la Obra, un librito salido de las imprentas internas con escaso número de ejemplares, de uso muy controlado (retirado desde hace varios años) y siempre custodiado por los directores: nadie debía tenerlo en su habitación ni veinticuatro horas; cada noche se recogían y se contaban cuidadosamente los ejemplares.
Como término medio, los socios -no todos- tenían acceso al Catecismo unos veinticinco días al año -la duración de su "curso anual"-, y no todos los años. Pues bien, sólo en la época en que yo pertenecí a la Obra se hicieron tres ediciones diferentes de dicho Catecismo: en cada una de ellas había puntos que se reducían, o se ampliaban, o se explicaban de una manera totalmente distinta, según convenía. Y ello a pesar de ser, como decían, un resumen de esas Constituciones, las únicas aprobadas, y que, al menos que yo sepa, no han sido sometidas a revisión alguna ante la Iglesia. Versiones distintas, cambios en la misma conceptuación que los socios deben tener de la Obra, junto con la acaparadora y acosante ambición, ya expuesta en las primeras líneas de su prólogo, de que "en este libro, tan pequeño, está escrito el "porqué" de tu vida de hijo de Dios", para seguir insistiendo y definiendo que "sólo" con lo que en él se dice "tendrás siempre en tu cabeza y en tu corazón luces claras".
En la Obra se editan las cartas del Padre, sus homilías, instrucciones, meditaciones: son el material por excelencia de toda la formación espiritual y doctrinal que en la asociación se recibe.
De cara a la opinión pública, se hacen separatas que recogen predicaciones de fechas antiguas, que se rehacen y se adaptan convenientemente, pero conservando en ellas la fecha primera.
Así quedan como testimonio de un apostolado que se adelantó a los tiempos, como prueba de una doctrina que siempre supo ir por delante. Sin que quizá quepa objeción a su contenido, pero si a la tergiversación de datos -la fecha, por ejemplo- con que salen a la luz pública.
Se abunda en publicaciones internas (revistas editadas sólo para los socios) con las que se
dice llevar a todos la predicación y el constante decir y hacer del Fundador, junto con la ejemplaridad y éxitos de las distintas labores. Se recogen en ellas acontecimientos de los distintos apostolados; se invita a unos y a otros (miembros de la Obra) a que aporten colaboraciones.
Sin embargo, esas colaboraciones están sometidas a tales revisiones y adaptaciones (según enfoques y estilos específicos y determinados), a tales censuras, que son irreconocibles, aun para el mismo autor, cuando las ve publicadas. He tenido ocasión de vivir con una de las asociadas que comenzó el apostolado de la Obra en Kenya; trabajó allí varios años. Y cuando leía en las revistas internas la versión de lo que allí pasaba, se indignaba y comentaba en voz baja, pero dejándose oír: " ¡mentira, mentira!"
Se dice, se transmite sólo lo que favorece; se omite o se enmascara todo lo problemático.
Incluso de estas revistas internas, tan maquilladas, se controla su lectura: eso rige especialmente para los asociados supernumerarios, a los que sólo se les comentan, o se les dan a leer, determinados números.
(Del libro de Maria Angustias Moreno Opus Dei, anexo a una historia"
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